
Tener un empleo ya no es garantía de estabilidad. En España, asistimos a una normalización de la pobreza entre personas trabajadoras que está dejando desactualizada la idea de que el esfuerzo y el trabajo bastaban para vivir con dignidad. Hoy, salvo que el salario sea alto, apenas alcanza para pagar un alquiler.
Lo más preocupante es que esta nueva precariedad no es solo cuestión de contratos temporales, paro juvenil o sueldos bajos: afecta a perfiles cualificados que también capean, como pueden, los cambios tecnológicos y la falta de políticas activas. La paradoja es lo más inquietante: la inteligencia artificial, llegaba para resolver muchos de estos problemas (o eso nos dijeron), pero podría estar acelerándolos.
Pobreza laboral, en cifras
Según datos recogidos por El País, el 17,1% de los hogares españoles con hijos y al menos un adulto trabajando se encuentra en situación de pobreza laboral. La situación es aún más grave en hogares monoparentales (32 %) o familias numerosas (35,5 %), donde la combinación de ingresos bajos, empleo parcial no deseado y falta de conciliación se convierte en un cóctel para el desastre (económico).
El fenómeno no es nuevo, pero sí cada vez más visible. Hace pocos días, la periodista Loreto Ochando denunció en televisión el caso de una pareja con nómina, que trabaja a diario y se ve obligada a vivir en la calle al no poder pagar un alquiler digno.
IA: ¿salvación o espejismo?
Durante años se nos vendió la idea de que la digitalización y la inteligencia artificial mejorarían la productividad y crearían empleos de mayor calidad. Pero la realidad parece ser más cruda. Según la OCDE, el 28% de los empleos en España están en alto riesgo de automatización y otro 23 % podrían sufrir transformaciones profundas debido a la IA (Transformaw).
Las previsiones iniciales se han ido matizando a lo largo de estos dos años, con numerosos sectores y nuevos perfiles demandados. No obstante, el impacto de la IA no se limita al reemplazo de tareas fáciles de automatizar (por ejemplo, trabajos repetitivos), sino que parece implicar una precarización progresiva de muchos sectores.
La tecnología no elimina puestos de trabajo de golpe, pero sí fragmenta funciones, reduce estabilidad y acelera la rotación. Para los perfiles más vulnerables, esto se traduce en más incertidumbre.
Además, no solo hablamos de pérdida de puestos de trabajo, sino también de precarización de los mismos, como está viviendo el sector del doblaje y la traducción.
Los perfiles digitales, también en peligro
Mientras tanto, uno de los mitos más repetidos sigue activo: quienes trabajen en sectores tecnológicos o creativos, no tendrán problemas. Sin embargo, los datos y las historias personales contradicen esa idea.
El diario Clarín ha lanzado a sus lectores el caso de Brandon, un ingeniero de software estadounidense que ganaba más de 12.000 dólares mensuales y, de golpe, lo perdió (casi) todo tras ser reemplazado por una IA en su empresa. Hoy, trabaja en un servicio de delivery.
Su historia ilustra que ni el talento técnico ni los altos ingresos son garantía de continuidad en un mercado donde la tecnología puede aprender a hacer lo mismo —más rápido y barato— si no existen redes de protección y reconversión profesional.
Apunta también a algo relevante: “A pesar de su currículum sólido y de haber enviado unas 800 solicitudes laborales, solo consiguió menos de diez entrevistas. En algunos casos, ni siquiera llegó a hablar con una persona: fue entrevistado por agentes de inteligencia artificial.”
Precariedad persistente, S.A.
El aumento de trabajadores pobres tiene implicaciones que van más allá de lo económico. Supone un riesgo creciente para la cohesión social, alimenta la frustración y mina la confianza en el sistema.
La brecha entre quienes acceden a empleos estables y bien remunerados y quienes encadenan contratos o sobreviven en el subempleo no deja de crecer.
Según Oxfam Intermón, casi tres millones de personas en España viven en situación de pobreza a pesar de tener empleo. Una realidad que afecta con más dureza a colectivos migrantes, empleadas del hogar, familias numerosas y hogares monoparentales.
La llamada pobreza laboral se refiere a quienes, aun con un contrato, perciben ingresos inferiores al 60% de la renta mediana del país, lo que impide cubrir necesidades básicas como la vivienda, la alimentación o el transporte.
¿El empleo ha dejado de ser un escudo contra la exclusión? Todo apunta a que sí. Mientras tanto, los beneficios del avance tecnológico tienden a concentrarse en pocas manos.
Sin políticas de protección
Ante esta situación, no parece haber soluciones mágicas: parte de los fondos NextGen se están destinando a políticas de empleo y protección social a través de la digitalización, en España y otros países europeos, así como se han iniciado campañas de reciclaje profesional y formación.
La regulación laboral frente al despliegue de la IA parece incierta y, a menudo, ha servido como excusa para eliminar empleos o degradar condiciones laborales.
¿Existen garantías de una transición justa? Por ahora, no parecen venir de las grandes multinacionales, como Meta, Microsoft o Amazon, que priorizaron el mantra del valor para el accionista, incluso durante los despidos masivos de 2022 y 2023.
Posteriormente, y gracias a la IA, han anunciado nuevos planes de contratación y beneficios récord, pero el precedente lo deja claro: la adopción tecnológica permite reducir plantillas sin una estrategia visible de reconversión o protección para los trabajadores afectados.
Hace pocos días, los informáticos eran los nuevos perjudicados en Microsoft. Una tendencia que parece estar convirtiéndose en la norma..
Desde hace varios años, distintos estudios han puesto en evidencia que los beneficios económicos derivados del avance tecnológico se concentran en un número reducido de actores. Según el Banco Mundial, la economía digital no está reduciendo la desigualdad e incluso podría estar haciéndola mayor. Sus beneficios a corto plazo son innegables, pero ese impacto no está teniendo el retorno colectivo que se esperaba como agregado.
En pocas palabras, la realidad laboral está cambiando, pero las herramientas sociales y políticas que usamos para afrontarla parecen seguir funcionando con las lógicas del pasado.
El trabajo, hoy, ya no es sinónimo de bienestar. Y la IA, que nos sorprende a diario, no parece ser la respuesta mágica que nos prometieron, sino más bien una competencia imprevisible para una amplia mayoría.