Cada vez hay menos españoles trabajando, pero la inmigración está maquillando las cifras. Esto será un problema en 30 años

Cada vez hay menos españoles trabajando, pero la inmigración está maquillando las cifras. Esto será un problema en 30 años
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Desde 2019, España ha perdido 930.000 trabajadores nacidos en el país en edad laboral. Unas cifras que se entienden mejor si atendemos al envejecimiento de la población y a la baja natalidad de las últimas décadas.

En este sentido, como informaba El País hace unos días, esta reducción se ha visto compensada por la llegada de 2,1 millones de extranjeros en el mismo período. Así, de los 468.000 empleos creados el año pasado, el 88 % del total fueron ocupados por trabajadores inmigrantes o con doble nacionalidad.

Más trabajadores

El dato positivo oculta una realidad compleja. A priori, es evidente que la inmigración cada vez tiene más peso en el sostenimiento del mercado laboral, pero también se concentra en sectores de menor cualificación, como la hostelería, la agricultura y la construcción.

Según datos de la Seguridad Social, los inmigrantes representan el 29 % de los trabajadores en hostelería y el 24,8 % en agricultura. En 2024, estos sectores junto con el de las actividades sanitarias experimentaron un crecimiento en la afiliación de trabajadores extranjeros por encima del 10 %.

Sin embargo, al margen de cómo se distribuyen por sectores, debe analizarse el impacto del envejecimiento poblacional, a menudo en profesiones que no encuentran un adecuado relevo, como la medicina, la educación y las ingenierías, entre otras.

En este sentido, un estudio del Real Instituto Elcano advierte que los inmigrantes suelen desempeñarse en sectores de menor productividad, con peores condiciones laborales y salarios más bajos.

Desde finales de 2019, España ha perdido la friolera de 1,2 millones de población nacional entre los 25 y 54 años, mientras que el segmento de 55 años en adelante ha sumado 1,17 millones.

Estas cifras evidencian el envejecimiento de la fuerza laboral y plantean desafíos estructurales en la economía. En concreto, la menor productividad, el aumento de bajas laborales y una menor capacidad de innovación son algunas de las consecuencias. Además, el consumo interno se resiente debido a que los trabajadores mayores gastan menos en bienes duraderos.

Menos cotizaciones

Asimismo, los ingresos salariales medios de los extranjeros procedentes de América son un 37 % más bajos que los de los españoles (y, en relación con ello, también las cotizaciones) y un 34 % en el caso de los africanos.

Según cálculos aproximados basados en el PIB, entre 2022 y 2024 la ocupación ha contribuido en 8,8 puntos al crecimiento económico. Los inmigrantes han representado más del 70 % del empleo generado, pero sus salarios son casi un 30 % menores, por lo que, si bien su aportación al PIB podría superar los 60.000 millones de euros, porcentualmente está cayendo.

Por descontado, los datos no mienten: España está creciendo. Y lo hace a un ritmo mejor que el de la zona euro. Sin embargo, esto tiene letra pequeña, puesto que lo está haciendo poniendo a más gente a trabajar, no mejorando la productividad. 

En pocas palabras, esto afectará en el medio plazo al crecimiento per cápita, que no está avanzando a la misma velocidad que el conjunto de la economía, y lo que explica buena parte de la crisis de inflación y la pérdida de poder adquisito.

¿Es esta la norma? Por ahora, sí, pero existe un trasvase de trabajadores extranjeros que apuntan hacia sectores de mayor cualificación. En este sentido, entre 2008 y 2022, la proporción de extranjeros con un nivel alto de estudios ha pasado del 20 al 43 % y el porcentaje de extranjeros con un nivel bajo de estudios se redujo del 45 al 30 %.

Aun así, los inmigrantes con un nivel elevado de estudios siguen enfrentando dificultades para homologar sus títulos, mucha burocracia y estigma, entre otras cuestiones que les impiden ejercer una profesión cualificada, según la Universitat Rovira i Virgili.

¡Las pensiones!

A largo plazo, este fenómeno puede derivar en problemas estructurales en el mercado laboral y en el sostenimiento del estado del bienestar. Por ejemplo, como apunta el Instituto Nacional de Estadística (INE), el porcentaje de población actual de 65 años y más —actualmente, un 20,4 %— alcanzará un 30,5 % alrededor de 2055, según las últimas proyecciones.

Todo ello atiende a varias dinámicas por todos conocidas: la jubilación de la generación del baby boom y la ausencia de trabajadores que puedan ocupar sus puestos debido a la tasa de natalidad y el impacto de la IA, la automatización y la robótica. Hoy, la entrada de mano de obra extranjera es la única vía clara. Algo que ocurre en España, pero también en el resto de Europa Occidental.

En España, las pensiones suponen un 13 % del PIB, en 2025, y se estima que en las próximas décadas estas cifras se incrementen por encima del 17 % a partir de mediados de siglo. Una coyuntura que muchos economistas no ven viable.

En conclusión, aunque la inmigración ha sido (y es) esencial para compensar la disminución de la población activa española, su concentración en empleos de menor cualificación y el envejecimiento progresivo de la población plantean desafíos importantes. La pregunta clave es si el país podrá atraer y retener talento cualificado para evitar una crisis laboral en las próximas décadas.

Foto: Flickr/PSOE

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