Siempre he sido de la opinión de que en esta vida todo tiene un precio y de no tenerlo se le pone. Siempre he sido de la opinión de que incluso la muerte tiene un precio (no por poderla evitar, pero si para provocarla o para intentar retrasarla), y en consecuencia también considero que nuestra empresa tiene un precio, ¿qué hacemos si vienen a comprarla?
Ante esta pregunta siempre habrá como mínimo dos tipos de respuestas. Una la de aquel que dirá que él la vende al primer postor que llegue, y el segundo aquel que dice que ama a su negocio y que no lo vendería ni por todo el oro del mundo. Para mí y con todo el respecto del mundo, el primero es un ingenuo y el segundo un inocente con poco futuro.
Y es que a mi entender la respuesta acertada se encuentra en el punto intermedio. Es decir, no vendería ni mi empresa ni una idea al primer postor que llegase pues considero que tiene un valor e intentaría negociar un mejor precio o incluso unas condiciones de seguir vinculado a la misma o lo que sea, pero tampoco por amor a la idea o al proyecto me cerraría en banda a escuchar ofertas.
Y es que irme por irme no, pero no irme por idealismo tampoco, y es que si quiero un nuevo ideal por el que luchar, ya lo buscaré con el dinero que me den del primer proyecto que venda. ¿Eso significa que no tiene un factor emocional mi negocio o mi idea? No, no significa eso, pues es evidente que puedo querer y amar aquello que hago, pero si me pagan mucho por ello, seguro que aún lo amaré más.
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