¿El tamaño no importa?

¿El tamaño no importa?
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Recuerdo que cuando era pequeñito en muchas de las reuniones familiares se hablaba de la necesidad de dar “mayor dimensión a la empresa”, “de hacerla crecer más”, y recuerdo que yo veía eso como una necesidad imperiosa para obtener mayores rentabilidades. Hoy ya mayor, aunque igual de ignorante o más que cuando era un niño ya no lo tengo tan claro, ¿lo vemos entre todos?

Por supuesto si nos referimos a “hacer crecer más la empresa” en términos de clientes o de pedidos, como norma general (aunque no siempre) diré que creo que la mayoría de empresas deben de buscar ese objetivo, o como mínimo tener un buen nivel de rotación de clientes, de no interesarles la cantidad. Pero lo que no tengo tan claro es que si nos referimos a nivel de nuestra infraestructura sea necesario siempre “crecer más”.

Es obvio que siempre se ha relacionado el aumento de pedidos, encargos, ingresos y demás factores con una necesidad de crecimiento estructural, y ello en la mayoría de las ocasiones no solo ha sido necesario, ha sido sencillamente imprescindible. Y muy especialmente lo ha sido en una era industrial en la que se precisaba de mayor maquinaria, mayor mano de obra, mayor capacidad para albergar todo eso. Ahora bien, en la actualidad, muchos de estos negocios ya no responden a estos parámetros, por ejemplo muchos de los tecnológicos, o bien algunos de los “tradicionales” utilizando nuevas tecnologías permiten con una minima infraestructura un alto y creciente volumen de trabajo.

Otro tema sería si nos conviene siempre crecer o bien si eso puede desestabilizar nuestro negocio. A priori puede parecer que por supuesto siempre es necesario crecer, pero a veces puede suponer riesgos. Por ejemplo si seguimos con el caso de la empresa familiar que viví desde pequeño, la misma la vi crecer día a día, vi como mi abuelo la tiraba adelante, y construía una importante empresa partiendo de una muy pequeñita, pero no creo por ejemplo que a él le interesase un crecimiento ilimitado.

Recuerdo que al ser una empresa de construcción y el ser el propietario y arquitecto de la empresa, la empresa se llevaba de una forma muy personalizada en su figura, y de una forma muy familiar. A medida que las obras y los encargos fueron creciendo yo aun y siendo pequeño notaba como aumentaban no tan solo las tensiones en la familia, también aumentaba la fricción de la propia estructura empresarial.

Hasta que en la época de las olimpiadas de Barcelona, le propusieron construir en la zona olímpica unas instalaciones donde se iban a practicar algunas de las disciplinas deportivas y eso supuso un revulsivo y un impulso definitivo para la dimensión de la compañía, pero aunque todo fue bien hasta la retirada de mi abuelo, ese éxito no lo supieron gestionar.

¿Y porque no lo supieron gestionar?, no fue por falta de recursos económicos, no fue por falta de capacitación técnica, fue porque la propia mentalidad de la empresa, su cultura, su ADN, no estaba preparado para dejar de ser una empresa personificada y gestionada en una persona, mi abuelo no tan solo era empresa, era la empresa, y una perdida de control por parte de él suponía que la empresa perdía el rumbo y dejaba de ser lo sólida que tradicionalmente era. Y ni el podía como ser humano gestionarlo todo, ni la salud ya se lo empezaba a permitir.

¿Eso significa que hemos de renunciar a crecer?, no, por supuesto que no, hemos de crecer todo lo que podamos, en clientes si nos interesa o simplemente en beneficios si es lo que deseamos, pero hemos de tener presente que ante cualquier crecimiento que se produzca de considerables proporciones, es más importante que preparemos culturalmente la empresa para el cambio, que no que tengamos la capacidad técnica o financiera para asumir ese crecimiento, los recursos financieros se tienen o se consiguen, y los recursos financiaros se tienen o se compran, pero los recursos culturales apropiados para el cambio se tienen o se carece de ellos.

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