El objetivo de este Gobierno estaba en situar el SMI al acabar su legislatura en el 60% del salario medio, tal y como recomendaban diferentes organismos europeos. Quizás muchos pensaron que la crisis económica asociada al coronavirus lo cambiaba todo, yo entre ellos. Pero parece que estábamos equivocados y tenemos una nueva subida del SMI en el horizonte, los 1.000 euros en enero de 2022.
Pactada o no parece que ya se tiene que empezar a negociar la siguiente subida, con o sin los empresarios. Porque ya hemos visto que su presencia da más fuerza al acuerdo, pero el Gobierno está decidido a seguir adelante con la senda prevista. Y esta sitúa dos fuertes subidas del SMI en 2022 y 2023.
Es la que planteaba también el comité de expertos, así que por ese lado pocas sorpresas. Si a esto le sumamos un entorno económico con una inflación importante que hace que estas subidas no impliquen necesariamente una mejora económica, sino más bien mantener el nivel de renta, más argumentos para subir de forma importante el SMI.
Más allá de la vigencia que pueda tener dicho salario mínimo en nuestro mercado de trabajo, la realidad es que va a acumular un fuerte incremento en menos de una década, el mayor de la historia se podría decir. Y eso es quizás demasiado para muchas pequeñas empresas, por mucho que estuviera congelado durante casi otra década antes.
La cuestión está en ver como incide esta fuerte subida del SMI en la negociación colectiva. Porque lógicamente los salarios más bajos se pueden actualizar y los que siguen en la escala salarial se pueden ver minusvalorados si no tienen un aumento. Y esto implica una mayor coste laboral.
El problema es que esto no se refleja en la mayoría de organizaciones en una mayor productividad. Al contrario, puesto que de no actualizarse en unas compañías los salarios y en otras sí se produce una mayor movilidad laboral, con algunos de ellos cambiando de empresa y tardan en rendir al máximo en su nuevo puesto.