“Han estudiado, se han formado, se han esforzado… y la sociedad no lo valora”. Con estas palabras, el economista Gonzalo Bernardos resumía en una reciente entrevista la frustración de muchos jóvenes españoles. Una generación que ha invertido tiempo y recursos en su formación, pero que sigue encontrando puertas cerradas en el mercado laboral.
El fenómeno no es nuevo (a nadie le sorprende ya, en realidad), pero se ha intensificado con los cambios económicos y tecnológicos de la última década: sobreformación en algunas áreas, falta de competencias prácticas en otras, procesos de automatización por parte de recursos humanos y un mercado que avanza mucho más rápido que los planes educativos.
Generación preparada
España lidera el desempleo juvenil en la Unión Europea, con una tasa del 26,5 % en marzo de 2025,frente al promedio europeo del 14,3 %.
De igual modo, el Informe sobre Competencias Profesionales de IESE y InfoJobs revela que el 76 % de las empresas detecta una brecha entre las habilidades que demanda y las que poseen los titulados, tanto de Formación Profesional (74 %) como universitarios.
La brecha tiene un coste social y personal, donde destaca la precariedad laboral, la emigración forzosa y la pérdida de motivación. Así, profesiones como la filología, el periodismo o la biología sufren exceso de oferta frente a la demanda real, mientras sectores como la sanidad, la tecnología o los oficios técnicos no encuentran suficientes candidatos cualificados.
El mercado cambia (¿demasiado?) rápido
En la última década, han surgido nuevas profesiones vinculadas a la inteligencia artificial, las energías renovables, la ciberseguridad o la biotecnología. Sin embargo, la adaptación de los planes de estudio a estas realidades sigue siendo lenta.
En este contexto, la Formación Profesional ha ganado protagonismo, pero todavía persiste una desconexión entre su oferta y las necesidades concretas de las empresas. El informe España 2050 ya advertía de que sin un sistema flexible y en contacto con el tejido productivo, la competitividad del país se seguirá resintiendo.
Así, el reciclaje profesional y la actualización de competencias se han convertido en elementos clave para mantener la empleabilidad. Sin embargo, no se trata solo de que los jóvenes complementen su formación, sino también de que trabajadores adultos en sectores en declive encuentren alternativas viables antes de quedar fuera del mercado.
En 2024, varias comunidades autónomas lanzaron programas para impulsar este cambio. Andalucía, por ejemplo, destinó 34,6 millones de euros a planes de recualificación profesional financiados con fondos europeos, donde también se han puesto en marcha iniciativas como Talento Digital, que busca conectar a desempleados con cursos especializados en competencias digitales para la digitalización de las pymes.
Reciclaje formativo, pero lento
Las grandes empresas, que suelen tener una mayor posibilidad de inversión en formación interna, han demostrado en reiteradas ocasiones cómo formar y actualizar las competencias de sus empleados es mucho más eficiente que buscar talento fuera y mantener una alta rotación de personal.
Así, empresas como Telefónica, Nestlé o Indra colaboran con centros de FP y universidades para diseñar programas a medida, garantizar prácticas y orientar a los alumnos hacia perfiles con alta empleabilidad.
No obstante, pese a los avances, el reciclaje profesional enfrenta varios obstáculos relevantes. Entre ellos, el coste económico (no todas las empresas o empleados pueden asumir el coste de la formación especializada), la escasa conciliación entre empleo, vida personal y formación, y la descoordinación entre universidades, centros de FP y el sector privado, que da como resultado un panorama poco halagüeño para cambiar de sectores.
Entre las propuestas para cerrar esta brecha, destaca la colaboración entre empresas y centros, los incentivos fiscales que pueda ofrecer el estado, la creación de formaciones modulares y más accesibles y la actualización cada pocos años de la oferta educativa.
El reciclaje profesional no es un remedio temporal, sino una estrategia a largo plazo para garantizar que el talento no se desperdicie. España cuenta con una generación formada y motivada, pero necesita un sistema ágil que la conecte con las oportunidades reales del mercado.
En un mundo laboral en constante transformación, la formación continua ya no es opcional: es la llave para pasar de la frustracióna la empleabilidad, y de ahí a una economía más productiva y competitiva.
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