El culto al ‘workaholic’ debe cambiar

El culto al ‘workaholic’ debe cambiar
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Algo debe cambiar. La espiral de jornadas y semanas laborales interminables deberían llegar pronto a su fin en la empresa. Durante años, que los trabajadores (y sus jefes) las cumplieran era signo de entrega y buen hacer. Sin embargo, la experiencia ha enseñado que sus efectos no son, precisamente, los deseados. Ni la productividad ni el rendimiento se ven incrementados.

Es un fenómeno que se ha ido desarrollando en las dos últimas décadas. Un interesante artículo publicado en The New Yorker así lo pone de manifiesto: hace treinta años, los trabajadores mejor pagados en Estados Unidos eran mucho menos propensos a trabajar largas jornadas que los de bajos salarios.

Ese mismo texto contiene un dato, proveniente de un estudio de la escuela de negocios de Harvard, que impresiona: 94 de cada cien trabajadores norteamericanos trabajó cincuenta horas o más a la semana, y casi la mitad lo hacía por encima de 65 horas. La tendencia es evidente y las cifras así lo atestiguan.

En todos los planos

No es algo que ocurra exclusivamente en pequeñas empresas, con escasos recursos y con plantillas limitadas. Como bien se asegura en The New Yorker, se ha instaurado en bancos de inversión de gran prestigio o grandes empresas que cotizan en Wall Street. Trabajar en exceso no tiene, a pesar de lo que se pueda pensar, un perfil concreto.

Pero, las empresas que dan sus primeros pasos tampoco se libran. Recientemente, Huffington Post publicaba un artículo de la CEO de una startup norteamericana, Lauren Kay, titulado ‘Startups son el paraíso de la adicción al trabajo’. Resalta que su elección ha sido, precisamente, apostar por su idea y su proyecto pero que eso ha implicado estar a pleno rendimiento 24 horas al día, 7 días a la semana.

Razones: ¿más horas, más producción?

En este último caso de las startups, las razones para esta obsesión por el exceso de trabajo son evidentes: arrancar un proyecto desde cero requiere un esfuerzo muy alto, que se paga en horas de trabajo. Pero, en el resto, siempre se ha creído que más horas siempre implicará mayor rendimiento. Nada más lejos de la realidad. Quizás, el pago por horas y no por resultados ha sido la gran trampa.

Y esas horas, no utilizadas con inteligencia pueden ser perdidas con muchas tareas inútiles o distracciones. En esta infografía de la compañía Atlassian, repasan tres ‘orígenes’ muy concretos, con cifras especialmente llamativas: correo electrónico, reuniones e interrupciones. Una de las más destacadas es el coste salarial que tienen los encuentros innecesarios para las empresas norteamericanas: 37.000 millones de dólares.

¿Algo está cambiando?

Son muchos los estudios que reflejan la necesidad de reorientar el trabajo y la medición del mismo. Todos señalan que la cantidad no tiene nada que ver con la calidad y el mejor rendimiento profesional. Pero esos estudios están dejando paso a medidas concretas en las empresas. En el New Yorker lo señalan, poniendo énfasis en los bancos: muchos hablan de desconexión en el fin de semana. En otras grandes empresas, se está regulando el uso del correo electrónico a través de los dispositivos móviles en momentos fuera del horario laboral.

¿Está cambiando la concepción? Queda mucho aun por recorrer para erradicar esa forma de pensar en todas las empresas. Pero, al menos, parece que algo se empieza a mover. Habrá que ver la evolución.

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