Es increíble cómo en época de elecciones surgen promesas por doquier y se utiliza a pymes y autónomos como moneda política. "Fulanito promete...", "Menganito defiende...", "Pepito se compromete a...". Las empresas necesitan más que palabras vacías y ahí está el problema, que los políticos se pierden en el discurso y se olvidan del fondo de los problemas.
¿Qué pasaría si nosotros hiciéramos lo mismo? Vamos a ver una pequeña historia en tono humorístico sobre la visita de un político a una pastelería donde pretende llevarse un pastel pero se encuentra con un empresario algo quemado y con muchas elecciones a sus espaldas.
Pastelería Don Arturo
La tienda estaba vacía y su anciano dueño descansaba en una silla próxima a la caja leyendo un periódico. Mientras lo hacía escuchaba a sus hijos trabajando en la cocina para tener preparados los pocos pedidos que habían recibido. Esto chocaba con las fotografías del diario en el que los políticos sonreían levantando las manos entre banderas multicolores.
El candidato que aparecía en portada estaba eufórico entre las masas (posiblemente un teatro) y cuando el pastelero iba a soltar un improperio pudo verle allí, de pie en su tienda, en cuanto bajó las hojas grandes y grises del ahora arrugado periódico. Ambos quedaron perplejos como si hubiesen visto a un fantasma. "¿Los políticos compran en sitios como este?" pensó el empresario para sus adentros.
El político, que actualmente hacía gobierno, por su parte cambió el gesto a uno más agradable mientras pensaba "¿Me habrá reconocido?". El pastelero apartó a un lado el periódico e invitó a pasar al político con un amable "¿En qué puedo ayudarle?"
- Estaba buscando un pastel para el cumpleaños de mi hija. - el pastelero quedó perplejo pues aún no entendía por qué había ido a una humilde tienda de barrio. Esto dejó unos segundos de tenso silencio. - Las amigas de mi pequeña le dijeron que aquí los hacen muy buenos y se empeñó en probar. - Adornó la frase con una sonrisa ensayada.
- Por supuesto, ha venido usted al mejor sitio posible. - El anciano quedó sonriendo y señalando al político como si su mano fuera una pistola mientras guiñaba un ojo con complicidad. Incluso hizo un simpático chasquido con la boca.
- Genial ¿qué tiene?
- Todos nuestros pasteles son increíbles. Creo que el sabor sublime crea la máxima conexión entre el alma y el cuerpo. Por eso tratamos de innovar y crear algo más que un pastel, una idea ¡una filosofía!. Utilizamos ingredientes de primera calidad seleccionados por mí mismo: Don Arturo.
El anciano quedó señalando el cartel con su nombre que había tras el mostrador. Tras la enérgica frase ambos se sentían algo mareados. Ni el pastelero se creía haber soltado aquel pequeño discurso vacío que seguramente no correspondía con la imagen del negocio ni la suya propia: barba canosa de dos días, un delantal algo amarillento y una reluciente dentadura postiza.
- Eso suena muy bien... ¿Qué tal uno de chocolate?
- ¡Nuestros mejores pasteles son de chocolate!
- Uno de chocolate entonces.
- ¡Bien! Bueno, los de fresas también están muy bien. La textura, el aroma y el sabor son más frescos y sin duda muy apropiado para los niños.
- Bueno, pero creo que me quedo con el de chocolate.
- ¡Por supuesto! El de chocolate no está mal. Es un sabor que suele gustar a todos por su intensidad e inconfundible sabor. Utilizamos el mejor chocolate importado, seguro que les gusta... aunque el de fresa tampoco está mal.
Ambos quedaron mirándose como si estuvieran esperando que el otro hiciera algo pero mientras el político movía la cabeza confusamente el pastelero se mantenía totalmente quieto con una sonrisa inquietante y sus manos apoyadas en el mostrador.
- Entonces... ¿me lo da?
- Funcionamos bajo pedido. - si no fuera porque era imposible, el político juraría que había hablado sin bajar la sonrisa.
- Pues me gustaría hacer un pedido
- Vale, son 40 euros. - Extendió una mano.
- Lo... Lo... ¿Lo pago ahora?
- Es política de empresa. Sin duda no se arrepentirá pues habrá comprado usted ¡el mejor pastel de la ciudad!
- Preferiría pagar a la recogida, es lo más habitual. - Dijo mientras sacaba su cartera.
- ¿Está dudando de la calidad de mis productos y de nuestra profesionalidad? El mejor chocolate belga trabajado con mimo para obtener...
- Dios me libre... perdone... tome 40 euros. ¿Cuándo vengo a buscarlo?
- Le llamaremos.
- Pero el cumpleaños de mi hija es mañana
- Le avisaremos.
- ¡Pero si no está para mañana ya no me hará falta! Perdone ¿Sabe usted quien soy?
- En las elecciones pasadas le dimos unos votos y todavía no se ha atendido nuestro pedido. Mire, si no lo supiera se habría llevado su pastel hoy mismo y a su precio real. - Extendió su mano devolviendo el dinero y político se retiró confuso pero en completo silencio.
La tienda volvió a quedar vacía y el anciano se sentó con su seria cara habitual (aunque algo más en paz consigo mismo) para retomar la lectura. Uno de sus hijos salió y le preguntó "¿Quién era? ¿Un pedido al fin?" a lo que el anciano respondió "Nadie, alguien que se equivocó de sitio".
Como el político, él también se olvidó del fondo de su trabajo para centrarse en las palabras y esto le había costado 40 euros. Era algo que en el fondo le dió rabia. En el periódico que tapaba sus ojos se podía leer " Fulanito se compromete a mejorar las ayudas al pequeño comercio", un titular que llevaba años leyendo.
En Pymes y Autónomos | Humor Imagen |Germán R. Udiz