El malestar en el sector cultural crece a medida que la inteligencia artificial generativa se extiende. Desde escritores hasta fotógrafos, ilustradores o guionistas denuncian que sus trabajos están siendo utilizados para entrenar algoritmos sin autorización ni compensación.
Un escenario similar al que las vistas de Google habían anticipado (utilizando contenido de las páginas de resultados, o SERPs y reduciendo el tráfico web en un altísimo porcentaje desde inicios de 2025). La práctica ha sido tildada de “expolio” por parte de autónomos y empresas, señalando que supone un grave riesgo de precarización laboral.
Una hoja de ruta: el Libro Blanco
En este contexto, la ACE (Asociación Colegial de Escritoras y Escritores) ha publicado el Libro Blanco del Escrito: escribir y traducir en tiempos de IAG, que recoge la posición del sector frente a la inteligencia artificial generativa.
En el documento se subraya la necesidad de garantizar tres pilares básicos:
- autorización previa del autor,
- remuneración justa por el uso de sus obras
- y transparencia en la trazabilidad de los contenidos empleados por las plataformas de IA
Las cifras son para llevarse las manos a la cabeza: 8 de cada 10 escritores ya ven la IA como una amenaza directa que impactará en el sector, según Safe Creative. Dicho de otro modo, traductores, correctores o guionistas están viendo cómo su trabajo se reduce a revisar lo que genera la máquina. Para los fotógrafos, la situación es similar: cada imagen producida imitando un estilo afecta al valor de su oficio.
Sin embargo, la preocupación traspasa fronteras. En Estados Unidos, autores de reconocido prestigio como George R.R. Martin (cuyas obras más reconocidas son las de la saga literaria Canción de hielo y fuego) han demandado a empresas de IA por utilizar sus textos sin permiso.
En el Reino Unido, la Sociedad de Autores ha pedido una moratoria hasta que exista un sistema claro de licencias. En Europa, apunta The Guardian, las asociaciones culturales critican que la normativa comunitaria contiene lagunas que permiten a las tecnológicas aprovechar obras bajo la figura del “uso legítimo”.
En general, Europa reclama (y esto no es distinto para los creadores españoles) que Los estados miembro impulsen una regulación propia que refuerce la protección de la propiedad intelectual y siente un precedente en la UE.
El principal problema no es solo el uso indebido de obras, sino que la IA avanza mucho más rápido que la legislación, dejando a los creadores sin protección efectiva mientras esperan a que lleguen los cambios normativos.
Riesgos para los autónomos creativos
El efecto más inmediato es la precarización: menos encargos, tarifas más bajas y pérdida de oportunidades. No obstante, también existe un riesgo cultural: si la IA inunda el mercado con obras derivadas, la autoría puede diluirse y el público confundir lo humano con lo generado por máquina.
Además, hay una cara más en este debate. ¿Si la IA deja a los creadores fuera de su propio mercado de qué obras se nutrirá para seguir produciendo arte? Sin el aporte constante de la creatividad humana, la máquina acabaría alimentándose de sí misma, con el riesgo de uniformizar y empobrecer el arte.
Para las pymes y autónomos del sector cultural esto no es un debate abstracto, sino un asunto de supervivencia profesional. En estos momentos, entre las propuestas a debate están la posibilidad de crear un registro específico que permita reclamar compensaciones por el uso de obras en el entrenamiento de IA, establecer un sistema de licencias similar al que ya existe en la música, formar una entidad de gestión colectiva que negocie de forma unificada con las tecnológicas y obligar a un etiquetado visible en todo contenido generado por IA.
De hecho, el reto no está en frenar la innovación tecnológica (algo casi imposible), sino en garantizar que respete el trabajo de quienes crean. La “tríada” de la que hablan los colectivos (autorización, remuneración y transparencia) será clave para que el avance de la IA no se convierta en una amenaza existencial para miles de autónomos y pequeñas empresas culturales.
¿Se llegará a tiempo? No está claro.
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