
yer, pasó lo que decían que era casi imposible. Un blackout. Un apagón eléctrico que paralizó toda la península ibérica y cuyas causas, mientras escribo este artículo, todavía se desconocen. Un evento que dejó al descubierto la fragilidad de nuestras infraestructuras y la profunda dependencia de la sociedad moderna de la energía eléctrica y las telecomunicaciones.
Más allá de las cifras y los datos técnicos, el apagón ha tenido un impacto humano significativo, afectando la vida diaria de millones de personas y, como es habitual en este medio, en la vida laboral de millones de personas que trabajábamos en formato remoto o presencial.
Una jornada incomunicados
Según recogía la prensa nacional, a las 12:32 del mediodía, una pérdida súbita del 60 % de la demanda energética provocó un "cero energético" que dejó sin suministro eléctrico a toda la península ibérica. Fundido en negro, titulaban en El País.
Las consecuencias fueron inmediatas. Un servidor se encontraba redactando una entrada para este mismo blog, en concreto, y ayer, ya no trabajó más, porque la luz no volvió hasta la medianoche.
En Barcelona, donde me desplacé por necesidad durante la tarde, se recuperaba una relativa normalidad hacia las 19-20 horas, si bien compañeros me informan de realidades distintas: "la luz ha vuelto de madrugada", "volvió a última hora de la tarde", "esta mañana..."
Colapso de la vida diaria
En cualquier caso, miles de trabajadores quedaron atrapados en sus lugares de trabajo. Algo similar ocurrió a los estudiantes, y muchos centros escolares y universitarios ya han suspendido clases para hoy. Sin embargo hay pocas situaciones más estresantes que las sufridas en ascensores de media España.
El colapso del transporte público y de las carreteras supuso un duro varapalo, bares y barrios se convirtieron en bastiones de resistencia para los trabajadores que ni pudieron continuar su labor ni regresar a casa.
En grandes centros urbanos, como Madrid, el caos eléctrico creó un efecto rebote: incomunicados, sin transporte, sin teléfono. Hoy, la movilidad ferroviaria se recupera a medio gas, todavía, según informa ElHuffPost.
Y esto con el 99 % del suministro eléctrico normalizado. Hoy, hay lecciones por doquier: en redes, en boletines de noticias, en prensa, por parte del vecino... A nivel laboral, aquí, tras el apagón total y la posterior marabunta informativa, que todavía tiene para rato, nos quedamos con tres ideas: la presencialidad laboral, el trabajo en remoto y la dependencia de las telecomunicaciones.
Presencialidad laboral
El apagón evidenció las limitaciones del modelo laboral actual. En este sentido, muchos empleados no pudieron llegar a sus puestos de trabajo debido a la interrupción del transporte público y el colapso del tráfico.
El presidente del Gobierno, con ciertos aires pandémicos, recordó que los trabajadores no esenciales prioricen su seguridad y, si era necesario, se quedaran en casa. También hoy, martes 29 de abril.
Como sabemos, el Estatuto de los Trabajadores contempla permisos retribuidos de hasta cuatro días en casos de imposibilidad de acceder al puesto de trabajo por causas no imputables al trabajador.
A su vez, el teletrabajo parece una opción totalmente ineficiente en estos casos (donde poco se pudo hacer ayer), mientras que la presencialidad ante un blackout como el de ayer, condiciona en la misma medida, sino más.
Como apuntan desde Xataka, si no hay luz, no hay datos. Y si no hay datos, ni redes de telefonía, ni electricidad... más allá de la estampa noventera descubrimos una aterradora verdad: no funcionan nuestros trabajos, porque tampoco lo hace gran parte de tejido social y empresarial.
Redes eléctricas y telecomunicaciones
El apagón no solo afectó al suministro eléctrico, sino que también colapsó las redes de telecomunicaciones. Las principales operadoras activaron protocolos de emergencia, pero la autonomía limitada de los equipos y la congestión de las redes dificultaron las comunicaciones.
Por la noche, desde Barcelona, y con varios operadores de telefonía, no podíamos hacer llamadas todavía, algo que se mantuvo durante casi toda la jornada. Desde la radio, imbuida (no sin razón) como último bastión de resistencia en las ondas, se avisó, en reiteradas ocasiones, que debía evitar el uso excesivo de los servicios esenciales (el 112) y que otros teléfonos de emergencia seguían fallando.
La mayoría de profesionales en remoto pudimos sentarnos a esperar, cultivar la paciencia y dedicarnos (durante las horas de luz) a otras tareas. Entre los trabajadores presenciales, la estampa fue todavía más variopinta.
La realidad es que la caída de las telecomunicaciones dejó a millones de personas incomunicadas, sin acceso a información ni posibilidad de contacto (ni con familiares, ni con clientes o compañeros).
Inseguridad
El apagón del 28 de abril ha sido un recordatorio contundente de nuestra vulnerabilidad ante la pérdida repentina de servicios básicos. Para otros medios, queda valorar si es viable repensar nuestras infraestructuras y sistemas de comunicación.
Ayer, gran parte del país sintió una sensación de fragilidad extrema ante la pérdida inmediata de todo lo que damos por sentado, y nos conecta: el móvil, internet, la electricidad y la movilidad. Afectó al trabajo, en todos los sentidos, porque nos afectó a todos, de una forma profunda y transversal.
En cualquier caso, el modelo laboral confirma, una vez más, como pese a la resiliencia de la sociedad, mantenemos una enorme dependencia de los sistemas centralizados de energía y comunicaciones. Y todo indica que, para algo así, un cambio no será inmediato... en absoluto.