Nada es seguro, salvo la muerte y los impuestos. Esta máxima, que se le atribuye a Benjamin Franklin, suele ser en ocasiones objeto de cuestión, al menos en España. Y no precisamente porque alguien haya descubierto la pócima de la eterna juventud, ni mucho menos, sino porque, cada vez más, el fraude fiscal se ha instaurado en nuestra sociedad y ya constituye un grave problema estructural y una de las mayores preocupaciones de los ciudadanos españoles.
Prácticamente a diario nos levantamos con nuevos casos de supuestos delitos fiscales que nos escandalizan, especialmente a todos los que tienen una nómina o pagan religiosamente su cuota mensual y que, al más mínimo retraso en su abono, están recibiendo una notificación por parte de Hacienda o de la Seguridad Social. Sin embargo, en algunas ocasiones, los conceptos no se utilizan del todo bien; este es el caso de elusión y evasión fiscal, términos que aparentemente parecen lo mismo pero que tienen un significado y unas connotaciones muy diferentes.