Cinco síntomas que te convierten en un mal jefe

Cinco síntomas que te convierten en un mal jefe
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Dudo que haya una sola persona que se considere un mal jefe. Normalmente, cuando preguntamos a las personas que tienen que gestionar equipos de trabajo si se considera un buen jefe, la reacción lógica y casi inmediata es decir: yo, ¿un mal jefe? ¿estás de broma? Por supuesto que soy un buen jefe. Es algo perfectamente entendible, puesto que nadie se consideraría a sí mismo ni siquiera una mala persona.

Sin embargo, no es necesario ser un acosador o hacer mobbing a nuestros empleados para ser un mal jefe (o una mala persona). Existen determinadas actitudes con nuestros empleados que nos convierten en malos jefes o, al menos, en jefes con mucho margen de mejora. ¿Conoces los síntomas?

  • Ser un cuello de botella: quieres tener todo atado y bien atado y todas las decisiones, desde la próxima decisión estratégica de la empresa hasta la compra de cartuchos de tinta para impresoras, han de estar tomadas y supervisadas por ti; esta saturación de tareas provoca cuellos de botella y acciones que deberían resultar sencillas se convierten en verdadera pesadillas para nuestros empleados. Lo importante en estos casos no es tener todo controlado sino saber identificar las tareas realmente relevantes para nuestro puesto de trabajo y delegar al resto de compañeros el resto.
  • Solo tú eres imprescindible: como jefe, es evidente que tienes que tener el mejor salario, la mejor ropa y el mejor coche, y nadie debe estar por encima de ti. ¡No! Si haces esto, la mayoría de empleados estarán dando los últimos retoques a su currículum para cambiar de empresa lo antes posible.
  • Mostrar desinterés: tan contraproducente es querer controlar todo como no mostrar interés acerca de la evolución de nuestro negocio. Si los empleados lo saben, puede que su productividad caiga debido a que no tienen una persona que se preocupa por ellos. Si nuestro dueño no se preocupa de la situación actual de su negocio, ¿por qué lo ibamos a hacer nosotros?
  • Adictos al trabajo: si eres de los que les gusta enviar emails a las cuatro de la mañana, trabajar en vacaciones y llevar a todos los sitios el móvil del trabajo, tienes que entender que tus trabajadores pueden no ser tan adictos como tú al trabajo, por lo que no debemos obligarles a contestar a esos emails o esas llamadas de teléfono tan tardías, puesto que podrían acabar odiándonos.
  • No fomentamos el feedback: damos por sentado que nuestros empleados son los mejores y con una única instrucción ya saben lo que necesitamos de ellos. Sin embargo, hay ocasiones en las que pocas instrucciones no son suficientes y puede ser que los empleados trabajen habiendo entendido algo diferente. La retroalimentación o revisión de las tareas en proceso puede ser una buena iniciativa a fomentar entre nuestros empleados.

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