De la depresión al trastorno bipolar fiscal

De la depresión al trastorno bipolar fiscal
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Si un asesor fiscal estudiara psiquiatría o un psicólogo hiciera lo propio con la fiscalidad, no tardaría mucho tiempo en darse cuenta que uno de los organismos estatales dependientes del Ministerio de Economía y Hacienda tal vez esté padeciendo una enfermedad.

Efectivamente ese organismo podría ser la Agencia estatal de administración tributaria, y la dolencia invalidante un trastorno mental llamado depresión fiscal.

Os informo de cuales son algunos de los síntomas que afectan a las personas con la citada patología, para con posterioridad extrapolarlo a la citada institución; luego que cada uno extraiga sus propias conclusiones. Vamos allá:

  • Tristeza prolongada. ¿Alguien ha respirado en cualquiera de las instalaciones que regenta la administración tributaria alegría, jolgorio o satisfacción? Lo sé... nadie.

  • Irritabilidad, furia, preocupación. ¿Quién no observa en la aplicación de las sanciones una cólera o impetuosidad manifiestas?
  • Importantes cambios en el apetito. ¿Cuántas veces han cambiado los tipos impositivos? de sociedad patrimonial a general, de pyme a gran empresa, en función de la base imponible del sujeto pasivo, de un tipo fijo a otro.
  • Pesimismo. ¿Sois conscientes que ante dos posibles soluciones interpretativas, es la más desesperanzadora y derrotista la definitivamente adoptada?
  • Indiferencia. Es obvio que las resoluciones que aclaran cualquier galimatías fiscal suelen realizarse con una tibieza temperamental de lo más sorprendente.
  • Indecisión. El pan nuestro de cada día, sino decidme ¿Cuántas veces deciden que una misma operación se sujete al IVA para con posterioridad entender que no está sujeta a él? Lo que un día se calcula en función del valor de mercado, ¿porqué unos meses más tarde se computa en función de su coste de adquisición?

Sinceramente hubiera preferido detectar, en lugar de la depresión, un trastorno bipolar fiscal. De esa forma, aparte de los síntomas anteriormente mencionados hubiera también descubierto sus contrapuestos, especialmente los que se perciben en sus puntos más altos, que traducidos vienen a ser: un estado de ánimo exagerado, optimismo, autoconfianza extremos, pensamientos grandiosos o velocidad al pensar. No estaría mal ¿Verdad?

Con el objetivo de no perder ¿ese optimismo que me caracteriza? puedo deciros de la lectura que pude hacer como asesor fiscal de la citada patología estaríamos ante una enfermedad médica tratable; eso sí, es imprescindible que el enfermo acepte su problemática. ¿Será ese el caballo de batalla?

Imagen | Galería de clspeace en flickr

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